Diciembre de 1990
Estoy suspendida en los vacíos de la nada,
espero, y no sé ciertamente lo que espero,
sé que necesito urgentemente los motivos
para esperar, el no esperar en desespero.
Sé que estoy gastando, sin embargo, nuevo paso,
adónde, no lo sé, en ese dolor me hallo,
mas sé que daré a luz con regocijo,
pues a mi padre, que es mi Dios, tengo en amparo.
Que me quedo parada, muy parada,
casi encerrada en la actitud del letargo,
el tiempo pasa o se queda suspendido
y no sé, si transcurren los minutos o los años.
Dios mío, qué terrible compleja es esta vida
destrozada por la muerte en el pecado,
me siento brutalmente partida a la mitad
y cada vida…, queriendo repartirse los pedazos.
Despierto y respiro en un mundo que me es extraño,
mi carne, sin embargo, conocer sus goces y alegrías,
mas cuando quiero acompasarla al ritmo de la vida,
distorsionan, luchan, cayendo en la impotencia o la apatía.
¿Quién me librará de este cuerpo de muerte y descontento,
cuándo dejaré de oír sus continuas quejas y apetencias,
cuándo me libraré de su yugo y sus dolores,
y me hallaré disfrutando la vida de mis metas?
Yo no quiero vivir sin vivir en este espacio,
donde todo tan pequeño y limitado se queda,
yo conozco la inmensidad de lo eterno en lo profundo,
y mi alma se consume en esta espera.
Yo quiero surcar los espacios del viento y de las nubes,
la inmensidad del cosmos, la luz de las estrellas,
donde mora la vida, la plenitud, la belleza,
y quiero contemplar la inefable presencia de mi amado,
y su amor, respondiendo a mis carencias.
Yo quiero vivir en la ternura de sus ojos
y descansar confiada en su grandeza,
y necesito olvidar que como mañana fui mujer,
y vi a mi humanidad atrapada en sus miserias.
No puedo ni sentir, ni ver, ni oír ya más desastres,
mis cansancios me llegan hasta la médula,
y, sin embargo,
me avergüenza y estremece lo débil de mi llanto
recordando a los que mueren en el fragor de las guerras.
Perdóname, Señor, perdóname, no volveré a llorar,
de mi boca no saldrá una sola queja,
mas eso sí, mi amor, no me apartes tu preciosísima mirada
y acúname en la paz de tu abundante clemencia.
¿Sabes?, es lo único que puede darme gozo,
es el botín más preciado para curar mis dolencias.
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